jueves, 6 de agosto de 2020

MIR: 55 AÑOS JUNTO AL PUEBLO, HACIENDO CONCIENCIA Y LUCHANDO POR LA REVOLUCION – Parte I






Con ésta serie de notas sobre el MIR no aspiramos a establecer una historia de él, no en términos de la definición de historia como un registro de hechos ocurridos en el pasado y sobre un sujeto ya extinto; por ende, no hablamos de res gestae. Antes bien, de lo que se trata es de la historia del tiempo presente y en construcción, esa que se realiza –y escribe- colectivamente, al calor del combate de los explotad@s y oprimid@s por su liberación. Tampoco pretendemos agotar en una apretada síntesis el vasto caudal de sus más de cinco décadas de praxis y aportación teorética revolucionarias, así como el amplio acervo de experiencias de lucha de l@s rojinegr@s.

Nuestra excusa para dar a luz estos apuntes es la conmemoración de los 55 años desde la fundación del primer proyecto político orgánico de la izquierda revolucionaria en Chile. Asimismo, deseamos hacer un humilde aporte a la discusión que en la actualidad mantienen diversos activ@s revolucionari@s en pos de recomponer la unidad del MIR. Finalmente, en un afán no menor, nos motiva el dar a conocer a las nuevas generaciones de rebeldes un registro vital de l@s miristas, l@s cuales, día a día, en diversos lugares y ámbitos, junto a sus herman@s de los pueblos de éste país, continúan luchando por la construcción de la sociedad donde no exista ninguna clase de injusticia u opresión; en una palabra, por el Socialismo


Contexto chileno y mundial en el cual nace el MIR

Para contextualizar el nacimiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR, un 15 de agosto de 1965, debemos comenzar anotando que en aquella década comenzó un proceso mundial de agotamiento del ciclo de expansión capitalista que siguió a la crisis de los “20s-“30s, a la que estuvieron vinculadas las guerras mundiales y la oleada revolucionaria –sobre todo en Rusia y sur de Europa- de principios del siglo XX. El llamado “Estado benefactor”, expresión de una economía mixta y que se expandió a partir de la Depresión del “29 y las grandes conflagraciones aludidas, impulsó una serie de reformas sociales y un fuerte papel regulador de él sobre la economía, logrando una bonanza sin precedente que perdurará por cerca de 3 décadas, hasta que en los “60s se estanca, para luego, a principios de los “70s, desembocar en una nueva crisis mundial de acumulación capitalista.

En la sexta década del siglo pasado, en los países industrializados, las condiciones de trabajo y de vida de las clases medias y populares empeoraron, lo que llevó a una serie de movilizaciones sociales. En EEUU, el descontento social se encauzó en dos vertientes: por un lado, surgió un gran movimiento juvenil, de resuelta rebeldía, el cual se hace crítico de la cultura estandarizada y las formas de vida de la sociedad capitalista norteamericana, reclamando la paz frente al peligro nuclear y la agresividad imperialista; por otro, en todo su territorio estalla la lucha por las libertades y la igualdad civiles de los afroamericanos y los pueblos originarios. En Europa, en tanto, se extendieron los paros de trabajador@s que confluyeron con un movimiento de rebeldía estudiantil e intelectual de fuerte contenido libertario. En Asia y África arreció una nueva ola de luchas anticoloniales, lo que también alentó movimientos de liberación en el Cercano Oriente y en la misma Europa (palestinos, kurdos, vascos, corsos, irlandeses, etc.).

A pesar que se vivían crecientes contradicciones en el campo socialista (no alineamiento yugoslavo, conflicto chino-soviético, Primavera de Praga, etc.), éste aparecía como una alternativa progresista fuerte ante un capitalismo en crisis. En la década de los “60s se consolidaba el proceso de transición al socialismo que históricamente se construía en China, mediante lo que se llamó la "revolución cultural", con iniciativas de Mao Tse-Tung del tipo "Campaña de las cien flores".

En América Latina, el proceso y triunfo de la Revolución Cubana, la primera revolución socialista triunfante no sólo de América Latina sino también del Hemisferio Occidental, fortaleció el sentimiento antiimperialista, se multiplicó la insurgencia armada, la movilización popular y revolucionaria se extendió por todo el subcontinente. Las múltiples organizaciones revolucionarias irrumpen al margen y como alternativa a las fuerzas de la izquierda tradicional. También ejerció influencia en nuestra América el avance de la revolución anticolonial en África, especialmente en Argelia, y en Asia, sobre todo por los primeros éxitos de la lucha guerrillera en Vietnam y otras partes de Indochina. Las movilizaciones de los trabajadores latinoamericanos y las acciones de los primeros movimientos guerrilleros, bajo el influjo de la Revolución Cubana, impactaron fuertemente a los grupos revolucionarios de Chile, tanto por su coraje y decisión como por ciertas frustradas experiencias foquistas de lucha armada, pero rescatando aquellas -como las dirigidas por Turcios Lima y Yon Sosa en Guatemala y Hugo Blanco en Perú- que intentaron superar dicho esquema combinando las acciones armadas con un trabajo social al interior del campesinado y los pueblos originarios.

Chile no escapó a las convulsiones que afectaron el sistema capitalista mundial durante la primera mitad del siglo XX, pero aquí se expresó de acuerdo a las particularidades de nuestro capitalismo dependiente. También nuestro país había vivido en los años “20s y “30s un período de crisis económica, social y política del viejo orden burgués mercantil, que se manifestó en una radical lucha social, sangrientas represiones, la irrupción de caudillos civiles y uniformados, una insurrección de marineros y soldados, repetidas juntas militares, una efímera “República Socialista” (1932), milicias fascistas, conservadoras y socialistas. Un extendido período de conmoción política que los sectores dominantes y sus socios mayores del norte pudieron superar definitivamente cuando, con el concurso del Frente Popular (FP, donde participaron socialistas y comunistas), establecieron un nuevo pacto histórico de conciliación de clases a fines de los “30s. Las empresas norteamericanas siguieron beneficiándose con las minas de cobre y su predominio comercial, los terratenientes con sus haciendas, los empresarios criollos fueron favorecidos con una política de fomento de la Industrialización por Sustitución de Importaciones (o modelo ISI), las clases medias profesionales fortalecieron sus posiciones en la burocracia estatal y el sistema político, y hasta sectores obreros sindicalizados mejoraron sus condiciones laborales y de consumo. Respaldados por el Estado, se lograron importantes avances en la extensión de la educación, la salud y la seguridad social. La institucionalidad democrática representativa burguesa se consolidó y los militares volvieron a sus cuarteles, perdonándoseles (como suele ser) sus crímenes represivos de la etapa anterior. Pero todo ello no satisfizo a los inquilinos urbanos, los trabajadores agrícolas, los pequeños mineros, los obreros no sindicalizados, los mapuche, los artesanos y otros sectores de pobres del campo y la ciudad, quienes quedaron excluidos del histórico acuerdo. 

Aunque el movimiento popular y los partidos tradicionales de la Izquierda chilena surgieron a principios del siglo pasado con un fuerte espíritu libertario, de autonomía y rebeldía frente al orden capitalista vigente, al optar a fines de la década de los “30s por la política de los Frentes Populares, la Izquierda desechó el camino de la insurgencia popular y siguió el camino de la conciliación de clases, privilegiando la actividad parlamentaria y electoral. Pasaron a visualizar el socialismo como una meta lejana, la cual se propusieron alcanzar a través de una “revolución por etapas”. La primera etapa era la alianza de la clase obrera y las clases medias con una supuesta burguesía progresista, nacionalista y democrática. Esta alianza, expresada en el FP, que accedió al gobierno en 1938 con Pedro Aguirre Cerda -del Partido Radical- como presidente, llevaría a cabo las tareas de liberación antiimperialista a través de un desarrollo industrial nacional independiente (modernización productiva), de la profundización democrática (democracia parlamentaria, sistema de partidos) y del progreso social (sindicalización, salud, educación, seguridad social, libertad de prensa, etc.), sentando así las bases históricas para avanzar en un proceso legal y pacífico de reformas a la segunda etapa, la futura construcción de una sociedad socialista. Una década más tarde el Partido Comunista fue puesto en la ilegalidad (“Ley Maldita”) por la supuesta burguesía progresista, nacional y democrática. El Partido Socialista se dividió, pasando un sector a la oposición y otro al gobierno ibañista. A pesar de ello la Izquierda continuó sosteniendo la misma concepción programática reformista y la misma estrategia etapista y legalista. Se había formado una generación de políticos institucionales de Izquierda, que aunque pudieran tener una genuina preocupación por los intereses de los sectores populares, no estaban dispuestos a romper con el sistema del cuoteo de prebendas estatales, de regateos parlamentarios, de partidos-clientelas, de burocracias sindicales, representación electoralista, etc. 

En la quinta década del siglo XX, el modelo económico comenzó a estancarse, se redujo el proteccionismo a la producción nacional y se acentuó la dependencia externa comercial y financiera, el predominio de la burguesía monopólica aliada al capital norteamericano se fortaleció, la concentración de la riqueza se aceleró y el gasto público social disminuyó. La inflación golpeó los bolsillos populares, la desocupación aumentó, en las ciudades se extendieron los barrios de viviendas precarias donde vinieron a cobijarse los que huían de las pésimas condiciones de vida existentes en los latifundios, las reducciones mapuches y las marginadas áreas de pequeños agricultores. El descontento social creció y se produjeron explosiones de protesta, huelgas, ocupaciones de sitios y otras expresiones de agitación popular algunas de ellas alentadas por la Izquierda institucional como formas de presión-negociación y de acumulación de fuerza electoral y parlamentaria. Nuevamente los grupos gobernantes recurrieron a las FFAA y de Orden para reprimir las movilizaciones populares, al tiempo de generar engañosas esperanzas en caudillos populistas (Ibáñez, 1952) y supuestamente apolíticos (Jorge Alessandri, 1958), similar al mercadeo de ilusiones que el estrato político civil ofrece actualmente. El descontento y el deseo de cambio se extendió a amplios sectores de la población, lo que permitió a Salvador Allende, líder de la Izquierda tradicional agrupada ahora en el FRAP, constituirse en una opción real de gobierno: en las elecciones presidenciales de 1958 perdió por sólo 30 mil votos. Para cerrarle el paso a Allende los sectores políticos conservadores se alinearon en 1964 tras la candidatura del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva quien, con un activo apoyo de los norteamericanos, propuso un paquete de reformas que pretendía reactivar el proceso de acumulación monopólica mediante la atracción de nuevas inversiones externas y la renegociación de las formas de dependencia, la modernización tecnológica, la eliminación del latifundio más atrasado y el aumento de la productividad agrícola, la expansión del mercado interno, y medidas sociales que favorecieran la creación de una amplia clientela electoral en sectores medios y populares (asentamientos campesinos, programas de vivienda, salud, educación, etc.) que pusiera a raya a la Izquierda. La derrota de Allende en las elecciones presidenciales de 1964 y las expectativas que despertó la “Revolución en Libertad” ofrecida por la Democracia Cristiana, produjeron el repliegue y el desconcierto en la Izquierda, afianzando en algunos sectores de ella la convicción de que había que avanzar por un camino de ruptura. Por cerca de tres décadas diversos dirigentes y militantes habían fracasado en sus intentos de levantar políticas clasistas y revolucionarias desde el interior de los Partidos Comunista y Socialista y de las organizaciones sindicales, terminando absorbidos por el colaboracionismo reformista, o bien marginados y aislados políticamente. En los sectores críticos tomó fuerza la idea de unirse para constituir una vanguardia revolucionaria que disputara al reformismo la conducción del descontento popular.

Fue en este contexto político e histórico que surgiría el MIR, a mediados de los “60s. 


Movimiento de Izquierda Revolucionaria
MIR

No hay comentarios:

Publicar un comentario