Con
ésta serie de notas sobre el MIR no aspiramos a establecer una historia de él,
no en términos de la definición de historia como un registro de hechos
ocurridos en el pasado y sobre un sujeto ya extinto; por ende, no hablamos de res gestae. Antes bien, de lo que se
trata es de la historia del tiempo presente y en construcción, esa que se
realiza –y escribe- colectivamente, al calor del combate de los explotad@s y oprimid@s
por su liberación. Tampoco pretendemos agotar en una apretada síntesis el vasto
caudal de sus más de cinco décadas de praxis y aportación teorética
revolucionarias, así como el amplio acervo de experiencias de lucha de l@s
rojinegr@s.
Nuestra
excusa para dar a luz estos apuntes es la conmemoración de los 55 años desde la
fundación del primer proyecto político orgánico de la izquierda revolucionaria en
Chile. Asimismo, deseamos hacer un humilde aporte a la discusión que en la
actualidad mantienen diversos activ@s revolucionari@s en pos de recomponer la
unidad del MIR. Finalmente, en un afán no menor, nos motiva el dar a conocer a
las nuevas generaciones de rebeldes un registro vital de l@s miristas, l@s
cuales, día a día, en diversos lugares y ámbitos, junto a sus herman@s de los
pueblos de éste país, continúan luchando por la construcción de la sociedad donde
no exista ninguna clase de injusticia u opresión; en una palabra, por el
Socialismo
Contexto chileno y mundial en el cual nace el MIR
Para contextualizar el nacimiento del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR,
un 15 de agosto de 1965, debemos comenzar anotando que en aquella década comenzó
un proceso mundial de agotamiento del ciclo de expansión capitalista que siguió
a la crisis de los “20s-“30s, a la que estuvieron vinculadas las guerras
mundiales y la oleada revolucionaria –sobre todo en Rusia y sur de Europa- de
principios del siglo XX. El llamado “Estado benefactor”, expresión de una
economía mixta y que se expandió a partir de la Depresión del “29 y las grandes
conflagraciones aludidas, impulsó una serie de reformas sociales y un fuerte
papel regulador de él sobre la economía, logrando una bonanza sin precedente
que perdurará por cerca de 3 décadas, hasta que en los “60s se estanca, para
luego, a principios de los “70s, desembocar en una nueva crisis mundial de
acumulación capitalista.
En la
sexta década del siglo pasado, en los países industrializados, las condiciones
de trabajo y de vida de las clases medias y populares empeoraron, lo que llevó
a una serie de movilizaciones sociales. En EEUU, el descontento social se
encauzó en dos vertientes: por un lado, surgió un gran movimiento juvenil, de resuelta
rebeldía, el cual se hace crítico de la cultura estandarizada y las formas de vida
de la sociedad capitalista norteamericana, reclamando la paz frente al peligro
nuclear y la agresividad imperialista; por otro, en todo su territorio estalla
la lucha por las libertades y la igualdad civiles de los afroamericanos y los
pueblos originarios. En Europa, en tanto, se extendieron los paros de
trabajador@s que confluyeron con un movimiento de rebeldía estudiantil e
intelectual de fuerte contenido libertario. En Asia y África arreció una nueva
ola de luchas anticoloniales, lo que también alentó movimientos de liberación
en el Cercano Oriente y en la misma Europa (palestinos, kurdos, vascos, corsos,
irlandeses, etc.).
A pesar
que se vivían crecientes contradicciones en el campo socialista (no
alineamiento yugoslavo, conflicto chino-soviético, Primavera de Praga, etc.),
éste aparecía como una alternativa progresista fuerte ante un capitalismo en
crisis. En la década de los “60s se consolidaba el proceso de transición al socialismo
que históricamente se construía en China, mediante lo que se llamó la
"revolución cultural", con iniciativas de Mao Tse-Tung del tipo "Campaña
de las cien flores".
En América
Latina, el proceso y triunfo de la Revolución Cubana, la primera revolución socialista
triunfante no sólo de América Latina sino también del Hemisferio Occidental, fortaleció
el sentimiento antiimperialista, se multiplicó la insurgencia armada, la
movilización popular y revolucionaria se extendió por todo el subcontinente. Las
múltiples organizaciones revolucionarias irrumpen al margen y como alternativa
a las fuerzas de la izquierda tradicional. También ejerció influencia en
nuestra América el avance de la revolución anticolonial en África,
especialmente en Argelia, y en Asia, sobre todo por los primeros éxitos de la
lucha guerrillera en Vietnam y otras partes de Indochina. Las movilizaciones de
los trabajadores latinoamericanos y las acciones de los primeros movimientos
guerrilleros, bajo el influjo de la Revolución Cubana, impactaron fuertemente a
los grupos revolucionarios de Chile, tanto por su coraje y decisión como por ciertas
frustradas experiencias foquistas de lucha armada, pero rescatando aquellas
-como las dirigidas por Turcios Lima y Yon Sosa en Guatemala y Hugo Blanco en
Perú- que intentaron superar dicho esquema combinando las acciones armadas con
un trabajo social al interior del campesinado y los pueblos originarios.
Chile no
escapó a las convulsiones que afectaron el sistema capitalista mundial durante
la primera mitad del siglo XX, pero aquí se expresó de acuerdo a las particularidades
de nuestro capitalismo dependiente. También nuestro país había vivido en los
años “20s y “30s un período de crisis económica, social y política del viejo
orden burgués mercantil, que se manifestó en una radical lucha social,
sangrientas represiones, la irrupción de caudillos civiles y uniformados, una
insurrección de marineros y soldados, repetidas juntas militares, una efímera “República Socialista”
(1932), milicias fascistas, conservadoras y socialistas. Un extendido período de
conmoción política que los sectores dominantes y sus socios mayores del norte
pudieron superar definitivamente cuando, con el concurso del Frente Popular
(FP, donde participaron socialistas y comunistas), establecieron un nuevo pacto
histórico de conciliación de clases a fines de los “30s. Las empresas norteamericanas
siguieron beneficiándose con las minas de cobre y su predominio comercial, los
terratenientes con sus haciendas, los empresarios criollos fueron favorecidos
con una política de fomento de la Industrialización por Sustitución de Importaciones
(o modelo ISI), las clases medias profesionales fortalecieron sus posiciones en
la burocracia estatal y el sistema político, y hasta sectores obreros
sindicalizados mejoraron sus condiciones laborales y de consumo. Respaldados
por el Estado, se lograron importantes avances en la extensión de la educación,
la salud y la seguridad social. La institucionalidad democrática representativa
burguesa se consolidó y los militares volvieron a sus cuarteles,
perdonándoseles (como suele ser) sus crímenes represivos de la etapa anterior. Pero
todo ello no satisfizo a los inquilinos urbanos, los trabajadores agrícolas,
los pequeños mineros, los obreros no sindicalizados, los mapuche, los artesanos
y otros sectores de pobres del campo y la ciudad, quienes quedaron excluidos
del histórico acuerdo.
Aunque
el movimiento popular y los partidos tradicionales de la Izquierda chilena surgieron
a principios del siglo pasado con un fuerte espíritu libertario, de autonomía y
rebeldía frente al orden capitalista vigente, al optar a fines de la década de los
“30s por la política de los Frentes Populares, la Izquierda desechó el camino
de la insurgencia popular y siguió el camino de la conciliación de clases,
privilegiando la actividad parlamentaria y electoral. Pasaron a visualizar el
socialismo como una meta lejana, la cual se propusieron alcanzar a través de
una “revolución por etapas”. La primera etapa era la alianza de la clase obrera
y las clases medias con una supuesta burguesía progresista, nacionalista y
democrática. Esta alianza, expresada en el FP, que accedió al gobierno en 1938
con Pedro Aguirre Cerda -del Partido Radical- como presidente, llevaría a cabo
las tareas de liberación antiimperialista a través de un desarrollo industrial
nacional independiente (modernización productiva), de la profundización
democrática (democracia parlamentaria, sistema de partidos) y del progreso
social (sindicalización, salud, educación, seguridad social, libertad de
prensa, etc.), sentando así las bases históricas para avanzar en un proceso
legal y pacífico de reformas a la segunda etapa, la futura construcción de una
sociedad socialista. Una década más tarde el Partido Comunista fue puesto en la
ilegalidad (“Ley Maldita”) por la supuesta burguesía progresista, nacional y
democrática. El Partido Socialista se dividió, pasando un sector a la oposición
y otro al gobierno ibañista. A pesar de ello la Izquierda continuó sosteniendo
la misma concepción programática reformista y la misma estrategia etapista y
legalista. Se había formado una generación de políticos institucionales de
Izquierda, que aunque pudieran tener una genuina preocupación por los intereses
de los sectores populares, no estaban dispuestos a romper con el sistema del
cuoteo de prebendas estatales, de regateos parlamentarios, de
partidos-clientelas, de burocracias sindicales, representación electoralista,
etc.
En la quinta
década del siglo XX, el modelo económico comenzó a estancarse, se redujo el
proteccionismo a la producción nacional y se acentuó la dependencia externa comercial
y financiera, el predominio de la burguesía monopólica aliada al capital norteamericano
se fortaleció, la concentración de la riqueza se aceleró y el gasto público
social disminuyó. La inflación golpeó los bolsillos populares, la desocupación
aumentó, en las ciudades se extendieron los barrios de viviendas precarias
donde vinieron a cobijarse los que huían de las pésimas condiciones de vida
existentes en los latifundios, las reducciones mapuches y las marginadas áreas
de pequeños agricultores. El descontento social creció y se produjeron explosiones
de protesta, huelgas, ocupaciones de sitios y otras expresiones de agitación
popular algunas de ellas alentadas por la Izquierda institucional como formas
de presión-negociación y de acumulación de fuerza electoral y parlamentaria.
Nuevamente los grupos gobernantes recurrieron a las FFAA y de Orden para
reprimir las movilizaciones populares, al tiempo de generar engañosas
esperanzas en caudillos populistas (Ibáñez, 1952) y supuestamente apolíticos
(Jorge Alessandri, 1958), similar al mercadeo de ilusiones que el estrato
político civil ofrece actualmente. El descontento y el deseo de cambio se
extendió a amplios sectores de la población, lo que permitió a Salvador
Allende, líder de la Izquierda tradicional agrupada ahora en el FRAP,
constituirse en una opción real de gobierno: en las elecciones presidenciales
de 1958 perdió por sólo 30 mil votos. Para cerrarle el paso a Allende los
sectores políticos conservadores se alinearon en 1964 tras la candidatura del
demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva quien, con un activo apoyo de los
norteamericanos, propuso un paquete de reformas que pretendía reactivar el
proceso de acumulación monopólica mediante la atracción de nuevas inversiones
externas y la renegociación de las formas de dependencia, la modernización
tecnológica, la eliminación del latifundio más atrasado y el aumento de la
productividad agrícola, la expansión del mercado interno, y medidas sociales
que favorecieran la creación de una amplia clientela electoral en sectores
medios y populares (asentamientos campesinos, programas de vivienda, salud,
educación, etc.) que pusiera a raya a la Izquierda. La derrota de Allende en las
elecciones presidenciales de 1964 y las expectativas que despertó la “Revolución
en Libertad” ofrecida por la Democracia Cristiana, produjeron el repliegue y el
desconcierto en la Izquierda, afianzando en algunos sectores de ella la
convicción de que había que avanzar por un camino de ruptura. Por cerca de tres
décadas diversos dirigentes y militantes habían fracasado en sus intentos de levantar
políticas clasistas y revolucionarias desde el interior de los Partidos Comunista
y Socialista y de las organizaciones sindicales, terminando absorbidos por el
colaboracionismo reformista, o bien marginados y aislados políticamente. En los
sectores críticos tomó fuerza la idea de unirse para constituir una vanguardia
revolucionaria que disputara al reformismo la conducción del descontento
popular.
Fue en
este contexto político e histórico que surgiría el MIR, a mediados de los “60s.
Movimiento de
Izquierda Revolucionaria
MIR
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