jueves, 24 de enero de 2019

VENEZUELA: NO ES EL MOMENTO PARA LA POLÍTICA HAMLETIANA, SE DEBE CORTAR EL NUDO GORDIANO YA.


LA SITUACION EN VENEZUELA A 20 AÑOS DEL CHAVISMO:

El presente artículo corresponde al apartado dedicado al caso venezolano en lo que es la SITUACIÓN POLÍTICA INTERNACIONAL y SIPONA, que será la base para la discusión del Conversatorio-Encuentro que convoca la Comisión Organizadora MIR Zonal Norte.

Las últimas acciones del imperio en Venezuela nos debe llevar a redoblar nuestro apoyo al pueblo de ese hermano país para avanzar en la cristalización de una revolución social.  En tanto, nuestro mejor apoyo es comenzar en Chile a luchar por lo grande, por lo nuestro, por el Socialismo sustentado en el Poder Popular ya.

En diciembre de 1998, mediante un legítimo proceso eleccionario, Hugo Chávez accedió a la presidencia de Venezuela. De entrada digamos que nos parece discordante con la realidad asignarles a dichos comicios la calidad de “redentores” del pueblo o que pueda ser la vía electoral “La” herramienta que posibilitará la liberación de las grandes mayorías, vía a ser imitada sin más por todos los pueblos de la periferia del SCM. Y es que dichas votaciones no se dieron en abstracto, sin un tiempo y espacio socio-políticos definidos, sino que sobre los hombros de un airado e inmenso movimiento social que estaba ya asqueado de los seudodemócratas de la AD, URD y el COPEI; de la miseria a las que les sometía el capitalismo basado en la monoproducción petrolera; no se dieron sino después del Caracazo de 1989 y luego de dos intentos golpistas fallidos encabezados por el mismo Chávez en 1992, etc.

Con el triunfo legalista del ya legendario dirigente bolivariano irrumpía en la historia de América Latina una nueva fuerza política, importante y de impronta combativa, que logró enraizarse en amplios sectores populares y que rápidamente se puso en el foco de atención de todo un continente, asfixiado por los ajustes monetaristas y afines al capital financiero, la espuria alianza de los capitales monopólicos internos con el transnacional, la pobreza y la desigualdad social, y el sometimiento al dictum imperial sintetizado en el imperativo de construcción del proyecto panamericanista del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). El discurso de la nueva izquierda latinoamericana comenzó a difundir el concepto de “Socialismo del siglo XXI”, recogido de un texto escrito un par de años antes, el cual vino a renovar las ya renovadas propuestas del reformismo y la socialdemocracia de los “70s y “80s, pero que nunca logró conformar un corpus político-ideológico coherente ni desarrollar propuestas de cambio revolucionario con ánimo de ser aplicadas consecuentemente a la realidad concreta.

Hace dos décadas, el mapa político de la región aparecía dominado de manera incontrarrestable por el capital monopólico-financiero periférico –aliado subordinadamente del centro imperial- y sus adalides en la arena de la política, en lo que hoy nos parece una galería del espanto. Baste con recordar que, en Argentina, Carlos Menem se encaminaba al ocaso de un mandato de 10 años caracterizado por las privatizaciones de servicios públicos (jubilaciones), las empresas y los recursos naturales estratégicos (YPF), así como por la subasta del país al mejor postor y la consolidación de las relaciones ‘carnales’ con EE.UU.; en Brasil gobernaba Fernando Henrique Cardoso, pero mandaba el FMI con la ortodoxia de las políticas de ajuste y austeridad; y en México, Ernesto Zedillo gestionaba el TLCAN sin hallar aún la prometida puerta de entrada al Primer Mundo y portando sobre sus hombros las sombras de la matanza de Acteal y de su designación como candidato presidencial tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en 1994. En Perú campeaba todavía el genocida Alberto Fujimori; en Ecuador, Jamil Mahuad no solo cedió la base de Manta a los yanquis, en el marco del Plan Colombia, sino que también prendió la mecha de una crisis financiera sin precedentes, que entrañó seis mil millones de dólares de las reservas del Estado para salvar bancos privados, y acabó en una sangría incontenible de las finanzas públicas, el cierre de numerosas entidades bancarias y detonó un doloroso éxodo de migrantes económicos.

El informe Panorama social de América Latina 1999-2000, publicado por la CEPAL, concluía que: “hacia fines de los años noventa las encuestas de opinión muestran que porcentajes crecientes de la población declaran sentirse sometidas a condiciones de riesgo, inseguridad e indefensión. Ello encuentra sustento en la evolución del mercado de trabajo, el repliegue de la acción del Estado, las nuevas formas institucionales para el acceso a los servicios sociales, el deterioro experimentado por las expresiones tradicionales de organización social (…) En estas condiciones, la mayoría de los hogares de América Latina están expuestos a importantes grados de vulnerabilidad social” (pp. 16-17).
Es en medio de éste cuadro que ganó Chávez, quien desde mediados de la década de 1990 venía pregonando la necesidad de forjar, “un proyecto estratégico continental de largo plazo”, que permitiera el desarrollo de un modelo económico y político alternativo, soberano y complementario para la región; “una asociación de Estados latinoamericanos (…) que fue el sueño original de nuestros libertadores”, decía el comandante de Barinas, “un congreso o una liga permanente donde discutiríamos los latinoamericanos sobre nuestra tragedia y sobre nuestro destino”, para hacer del siglo XXI, “el siglo de la esperanza y de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí”.

Lo que pasó después es un capítulo inconcluso, que cada vez se pone más y más cuesta arriba para lo que quiera que sea el legado del ‘comandante de Barinas’.

Desde la muerte de Chávez y la asunción de Maduro, la poderosa entente reaccionaria conformada por el empresariado y las fuerzas de la derecha de Venezuela, con el apoyo material y político de EE.UU., del instrumento imperial regional que es la OEA, las sucesivas administraciones colombianas y otras del subcontinente (incluida la de Bachelet), además del respaldo brindado por la Unión Europea (que aún no se digna a reconocer a Maduro como presidente luego de las elecciones de mayo de 2018), han arreciado su colosal ataque en contra de Venezuela, de su legítimo gobierno y del proceso de la Revolución Bolivariana. Tal agresión ha consultado todas las formas de lucha posibles, en los planos legal, semilegal e ilegal; en los ámbitos político, social, ideológico, mediático, diplomático, insurreccional y militar; de desgaste político, económico y militar. Han intentado desde el Golpe de Estado a la invasión militar con el apoyo material de EE.UU., pasando por la insurrección en centros urbanos, el sabotaje económico, el recurso del terrorismo y la difusión a destajo de fake news a través de redes sociales y mediáticas, etc. Un rol fundamental en este descomunal ataque es el perpetrado a través de lo político-diplomático, destacándose en ello los arietes conformados por la OEA y el Grupo de Lima, instancia esta última donde Chile se inscribiera durante la administración Bachelet y cuyo rol central es execrar la legitimidad y las medidas tomadas por el gobierno Bolivariano.

El ataque en lo económico contra Venezuela juega un rol central. Se le perpetra en un acometimiento de zapa, sacando divisas y bolívares ilegalmente del país o destruyendo grandes cantidades de estos. También se lleva a cabo en gran escala: ya sea mediante el embargo financiero y comercial por parte de EE.UU., a través del sabotaje y el acaparamiento, o bien, en el ámbito de la cooperación interamericana, intentando aislarla por medio del retiro de seis países con gobierno derechista desde UNASUR o derechamente, suspendiéndola desde instancias como el Mercosur. Solo se ha mantenido más o menos incólume su participación en la Alianza Bolivariana para América o ALBA (de donde se retirara Ecuador, en agosto de 2018) y en la Celac.

A pesar de la caótica situación económica, social y política que se ha logrado generar en Venezuela gracias a toda aquella agresión, el pueblo venezolano sigue otorgando su apoyo a las fuerzas que sostienen el proceso de la Revolución Bolivariana. Lo hizo el 20 de mayo de 2018, cuando apoyo la reelección de Nicolás Maduro y su conglomerado Gran Polo Patriótico Simón Bolívar GPPSB –ratificación aún resistida por la derecha y sus amigotes- y lo ha hecho en otros 23 comicios nacionales y regionales. Claro, la abstención ha ido en crescendo (54% en mayo pasado, lo que no difiere mucho del 51% en las de Chile en 2017), pero ese soporte popular se ha expresado mejor en la resistencia frente a los golpes de la reacción, en la lucha diaria por sacar adelante el proceso de cambios sociales y en las multitudinarias demostraciones públicas de apoyo a las políticas y medidas que lleva adelante el gobierno bolivariano. En suma, los que han permitido que esto no se hunda han sido los que no tienen más que la Revolución Bolivariana como proyecto de vida; los que no quieren volver a un pasado donde campeaba la injusticia social.

Para enfrentar la agresión de la derecha y el gran capital (que nos recuerda mucho la que enfrentara Allende y el movimiento popular chileno, en 1973), el GPPSB -y en especial el PSUV- debe dar cumplimiento decidido a su programa y a los principios que lo animan. A la par, se requiere que todas las fuerzas de izquierda venezolanas impulsen y profundicen decididamente la organización política entre los trabajadores, pobladores y población campesina basada en la construcción de embriones de poder popular, desde las bases y más allá de las formales Asambleas Patriótica Populares. Creemos que es dando estricto cumplimiento al mandato que la gran mayoría nacional le entregara y apoyándose en la organización del pueblo y los trabajadores, que el gobierno bolivariano podrá salir adelante en la actual hora. No se puede tener mano blanda o doble discurso con respecto a los complotados, los acaparadores, los agiotistas, los terroristas, pero tampoco con aquellos que en las filas gubernamentales, y en las instancias sociales y políticas intermedias, se beneficien o propicien la corrupción, el enriquecimiento ilícito, la traición y que se opongan o cercenen las iniciativas que puedan surgir desde las bases."


MOVIMIENTO DE IZQUIERDA REVOLUCIONARIA   MIR

Enero 24 de 2019

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