Nueva Constitución
negociada en Chile: la última trinchera ideológica de la clase dominante
Por: René Leal H.
Aquel salto de los estudiantes sobre los torniquetes del
Metro para evadir el pago desataron el estallido social y la crisis política
más profunda del Chile post dictadura, que podría significar el último estertor
de la ideología neoliberal y en consecuencia de la hegemonía de la derecha en
Chile.
No obstante, ello no significaría el fin del capitalismo
necesariamente. En breves palabras, se plantea que el estallido social detonó
la lucha de clases en el país y develó el crucial papel que juega la ideología
en el proceso de acumulación de capital y riqueza, lucha que dio cuenta del
carácter profundamente desigual e injusto de esta modalidad neoliberal de
capitalismo, inaugurado en Chile a sangre y fuego en 1973 e institucionalizado
al amparo de la Constitución Política de 1980.
Se mostrará entonces aquí que lo que fue vendido al mundo
como la panacea o modelo a seguir de un país en vías de desarrollo no fue tal.
Esa fue más bien la mascarada de un proceso de enriquecimiento de una minoría
en desmedro de la mayoría.
Todo esto habría ocurrido en una transición a la
democracia que aun no termina, la que recién podría acabar después del
estallido social, pero sólo si se logran los cambios refundacionales que la
lucha de clases actual ha puesto al centro, exigiendo una nueva Constitución
Política que debería emanar de una Asamblea Constituyente, la cual debería
terminar con esa matriz que institucionalizó y reprodujo al modelo neoliberal.
O sea, es posible que el neoliberalismo sea enterrado en
el lugar en que nació. Ese es el calibre del movimiento social y político
actual, que tiene en jaque al modelo de desarrollo capitalista que fue
exportado al mundo a fines de los setenta. En consecuencia, este trabajo
argumenta centralmente que el neoliberalismo ha sido una ideología que
radicalizó el proceso de concentración y acumulación del capital, el cual hoy
ha entrado en una crisis profunda, tal vez terminal, que impactaría también en
la precipitada proclamación del advenimiento de la hegemonía de la derecha en
el mundo.
Introducción
Los Acuerdos por una nueva Constitución y el de la Paz
Social, sentenciados por la derecha, la ex–concertación y parte del frente
amplio, son la rúbrica de las últimas posibilidades que tienen la derecha y sus
aliados, de salir airosos e impunes de la crisis que crearon con un acuerdo
similar en 1989, en el cual se pactó, planificó y ejecutó.
Todo aquello culminó en un levantamiento ante tanta
desigualdad e injusticia, el que, significativamente, se ha expresado y quedara
grabado en la historia como una epopeya de nuestro pueblo, en una agudización
de la lucha de clases.
El neoliberalismo, que ha dominado a la sociedad chilena
por más de cuatro décadas y que tuvo una segunda etapa de hegemonía desde 1989
hasta ahora, aun respira, y ha tenido un tubo de oxígeno extraordinario con los
‘pactos de la indignidad’ firmados entre gallos y media noche, televisados a
todo Chile celebrando esos actos de espaldas al pueblo.
Pero al pueblo ya no se le engaña como antes. Estos
pactos se realizan bajo los mismos preceptos en que la clase dominante ha
ejercido su poder y se ha enriquecido todo este tiempo, los de la ideología
neoliberal, que en general hace que lo malo se nuble y aparezca como bueno.
Marx definió el concepto de ideología, como “una específica clase de
distorsión, la cual encubre contradicciones y que nace de su existencia” (ver
Larraín,1983: 30).
De esto se deduce entonces que esa distorsión sólo puede
desaparecer cuando las contradicciones que la generaron sean resueltas en la
práctica. Esta es una definición de Marx con un contenido específico, critico,
negativo de la ideología, que difiere de otras concepciones, como unas de
carácter positivo; esto es, que la conciben como una doctrina hacia un cambio
social; y se distingue también de otras miradas que le dan un sentido más bien
neutro, que puede ser usada en forma indiscriminada, que no necesariamente es
siempre negativa o positiva.
Pero Marx (ver Larraín, 1983) precisa que es la clase
dominante la que identifica y se beneficia del efecto de la ideología en el
proceso de generación de capital. La distorsión que la ideología lleva consigo
no es el patrimonio exclusivo de alguna clase en particular, si bien la
ideología sirve sólo los intereses de la clase dominante. Que todas las clases
puedan producir ideología, es la consecuencia de la universalidad del limitado
modo de actividad.
Que la ideología puede sólo servir los intereses de la
clase dominante, es el resultado objetivo del hecho que la negación del
encubrimiento de contradicciones, juega un rol mayor en la reproducción de
aquellas contradicciones: es sólo a través de la reproducción de
contradicciones que la clase dominante puede reproducirse a si misma como la
clase dominante.
En tal sentido, la reproducción de contradicciones, puede
sólo servir los intereses de la clase dominante.
Por lo tanto, esto significa que el rol de la ideología
no es definido por su origen de clase, sino por el encubrimiento objetivo de
contradicciones (Larraín, 1983: 28-29).En consecuencia, el espejismo del
‘Jaguar de América’ (Leal, 2005), que embrujó al mundo – y a muchos acá también
– resaltó el aparente advenimiento de la modernidad, del acceso a los bienes de
consumo, de la prosperidad y el desarrollo del que gozaríamos todos.
Esas imágenes no dejaron ver el despojo que ocurría a
través de la privatización de industrias y servicios, la desregulación laboral
y la liberalización del mercado, fórmula indispensable para generar esta
modalidad extrema de acumulación, como señalaran Martin y Schumann en 1998, en
su libro La Trampa Global, el Asalto a la Democracia y la Prosperidad.
En términos simples, el saqueo más grande del que
tengamos memoria. De esa manera, llegamos a tener un país subastado al mejor
postor; su Estado reducido a un pobre rol subsidiario y de salvataje del gran
empresariado; bajos sueldos para la mayoría; pensiones indignas para la tercera
edad; educación mercantilizada y de baja calidad, resultado de la destrucción y
abandono de la educación pública; la salud pública desprotegida y precarizada;
el pueblo mapuche discriminado, reprimido y sumido en la pobreza extrema; las
mujeres asediadas por los machos violadores personificados en el Estado y en el
poder masculino hegemónico que continúa acosándolas y postergándolas
asignándoles un rol de reproductoras de la división social del trabajo y de
género; que decir de los recursos naturales, que han sido entregados a la
explotación despiadada por parte de empresas transnacionales y; la escasa
libertad de información debido al monopolio de los medios de comunicación.
Todos estos procesos constituyen sólo lo mas visible de
los problemas que han existido hasta ahora, y han jugado a favor de la
acumulación de la riqueza del uno por ciento de la población en desmedro de la
mayoría, precarizada y socialmente desintegrada.
El ‘salto del
torniquete’ de los estudiantes secundarios
‘El salto del torniquete’ en el Metro de Santiago, revelaría
esa oscura realidad del jaguar. En otras palabras, corrió el velo que la ideología
neoliberal, en su función distorsionadora de la realidad, había mantenido a los
chilenos en una inquietante pasividad, sólo remecida por movimientos
sectoriales como el de la educación, que encendían la alerta de que algo estaba
pasando.
Así fue como el estallido social terminó por remover
totalmente el velo, mostrando la distorsión en la conciencia colectiva. Esto
ocurrió de la única forma que podía ser: resolviendo la contradicción de clases
en la práctica, a través de la lucha de clases. Sin embargo, la clase dominante
acorralada, ha tenido el poder y la habilidad para sacar la cabeza. Y lo hace
de la misma forma como se ha enriquecido siempre: a través del engaño, del
mundo de las apariencias, una vez más, de la ideología.
En relación a esto, aplica el segundo principio de Marx
sobre la ideología:
«Las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante
(. . .) [porqué] el real sentido de este principio general, es que la clase que
es la fuerza material dominante de la sociedad, es al mismo tiempo su fuerza
intelectual dominante. [O sea] la clase que tiene los medios de producción
material a su disposición, tiene al mismo tiempo el control sobre los medios de
producción mental, de ahí que, generalmente hablando, las ideas de quienes les
faltan o no tienen los medios de producción mental, están sujetos a ésta, a la
existente, a la de la clase dominante. (Larraín, 1983: 24).
Dicho esto, revisemos los dos principales dispositivos
ideológicos de que se están valiendo la clase dominante y sus aliados de la
pequeña burguesía para sortear el jaque en que se encuentran desde el 18 de
octubre.
Gato por Liebre: La Persistencia del Solapado Veto de la
derecha en un Eventual Plebiscito y en una Nueva Constitución
Como es de conocimiento de la la gran mayoría del país,
en esta encrucijada de octubre, la clase dominante se vio encerrada y sin poder
reaccionar, su último recurso fue, primero, aceptar -a regaña dientes- el
clamor popular por una nueva Constitución, pues la gente comprendió que todo el
aparataje de su dominación estaba encapsulado en ese documento promulgado
fraudulentamente por la dictadura en favor de los ricos.
Aceptó eso e incluso un plebiscito de entrada para que el
pueblo dirima entre dos alternativas, que incluirían a la Asamblea
Constituyente (pero con otro nombre) y la propia.
Sin embargo, el procedimiento exige un quorum de 2/3, lo
que retrotrae todo a la vieja constitución y uno de sus más retorcidos
contenidos -el veto de la derecha- clave en el sistema binominal.
En ella, era posible, que, si no se logran los 2/3 o más,
se impedía elegir los dos candidatos por distrito. O sea, el 34% valía lo mismo
que el 66%; la minoría condicionaba. Así, la derecha pudo elegir casi siempre
un candidato de los dos que se elegían en cada distrito o circunscripción, sin
importar que fuese minoría. Esto quiere decir, que si bien la derecha cedió en
las demandas por el cambio de la Constitución, seguirá contando con ese poder
de veto. El Parlamento seguirá, en última instancia, decidiendo a partir de
estas restricciones que ponen los poderosos.
De hecho, el proyecto de reforma que regulará el proceso
constituyente, establece que si no hay acuerdo para una nueva constitución,
seguirá rigiendo la actual. Por lo tanto, estamos frente a un proyecto de
Constitución política de carácter mínimo, como la norteamericana, restrictiva
de la voluntad general. En consecuencia, lo ocurrido con este Acuerdo sólo
puede ser celebrado – hasta aquí – por la derecha, la ex concertación y la
pequeña burguesía del frente amplio que participó de este pacto con el diablo.
Pero sobre todo por Piñera.
Algunos, un poco cansados de unas semanas vertiginosas de
conflicto social, y temerosos de la represión, ven un alivio en este acuerdo,
como lo fue la ‘alegría ya viene’. Pero, claro, todavía hay mucho por que
luchar, nada está garantizado por un pacto entre los mismos que fueron
responsables del desastre que ha significado la extrema concentración de la
riqueza.
Una vez más, asoma una nueva trampa: la distorsión de la
realidad que introduce este acuerdo en nuestras conciencias, que pareciera
beneficiar a todos, pero esconde su objetivo de clases de mantener el poder y
el modelo de sociedad, por medio del veto de la derecha. Este episodio muestra
que, en verdad, lo que preocupa e inquieta a la clase dominante y a los
neoliberales, no es el régimen en el que habita, ya que su enriquecimiento lo
ha realizado tanto en dictadura como en democracia.
Lo que le preocupa es lo que lo limita, esto es, no poder
acumular. Por lo tanto, va a seguir usando la ideología para encubrir su
propósito principal, lo cual requiere de tres factores indispensables para que
la riqueza se produzca y acumule más rápido. Esos factores son los principios,
que surgieron de la filosofía política de Friedrich von Hayek (en Leal, 2005),
que revolucionó al capital terminando, en gran medida, con el Estado de
Bienestar fundado en la teoría económica de John Maynard Keynes, que había
puesto énfasis en el subsidio a la demanda, aggiornando así al capitalismo.
Estos principios de Hayek, relacionados entre sí, fueron
la libertad individual, no el bien común liberal inglés, ni la voluntad general
de la tradición democrática francesa; el segundo principio se conoce como
catalaxia, que es la aparente libertad individual e igualdad que tendrían los
individuos para participar y competir en los confines del mercado y el tercero,
aquel que garantiza la ‘paz social’ (Friedrich von Hayek en Leal, 2005).
Si esta última se logra en dictadura o en democracia, da
lo mismo. Hasta 1990 en Chile, la paz social la lograría el autoritarismo. Hoy
se esta recurriendo al segundo camino, la democracia liberal, la que no
garantizaría siempre dicha tranquilidad social. La violencia de la clase del
capital que maneja el monopolio de las armas, auxilia a los poderosos cuando el
pueblo se subleva y amenaza barrer con su ideología y poder, como fue con
Pinochet y ahora con Piñera.
El segundo acuerdo sobre la paz social: criminalización
de la protesta para garantizar la reproducción del capital.
Así como diablo vendiendo cruces, la derecha, la que
bombardeó la Moneda y sembró el terror en Chile por más de 17 años, reclama paz
social, la que no sólo violentó cuando formó parte de la dictadura, sino que
continuó haciéndolo al saquear el país por 30 años, con la complicidad de sus
socios neoliberales disfrazados de social demócratas y social cristianos.
El 11 de septiembre fue elocuente respecto a la relación
entre la derecha y la violencia, del terrorismo de Estado. Según Ralph Miliband
(1973), la derecha había asumido, el 4 de septiembre de 1970 que, desde ese
mismo momento, la lucha de clases cotidiana había pasado a un estadio superior,
‘la guerra de clases’, y así lo habría entendido también el Departamento de
Estado norteamericano.
La clase dominante apoyada por EE UU, recurrió a la
violencia extrema, bombardeó la Moneda y violó sistemáticamente los derechos
humanos por casi 20 años.Por ello, no es posible hablar de violencia ni de paz
social en abstracto. Más aún, cuando hoy ha sido el propio gobierno de Piñera
el que ha violado sistemáticamente los derechos humanos desde el mismo 18 de
octubre.
Por eso, la paz sólo es posible a partir de la justicia
social y de la equidad, de la preservación de la dignidad de las personas. Cuando
ese mínimo social no está dado, el derecho a la rebelión del pueblo es legítimo
y lo ha expresado tanto en dictadura como ahora. Hay que distinguirlo de formas
de violencias delincuenciales, que se hacen parte en alzamientos como el que
hoy atraviesa al país. No es algo que se desee, ciertamente, pero aparece en la
explosión social, en tanto ésta no es un proceso ordenado sino más bien
caótico, como ocurre, por ejemplo, en un motín en condiciones de
confinamiento.Sin una razón política de fondo, sin un fin social, sin
contenido, sin una conciencia de clases revolucionaria, esa violencia fue
generada por el sistema al momento de desintegrar socialmente a una parte de la
población, y confinarla al ‘baile de los que sobran’.
Fueron décadas de precarización y desintegración social
de un amplio segmento de la población, producto, en gran medida, de la
desregulación laboral y la privatización de la educación, principalmente, dos
puentes claves de integración social. La desregulación laboral y la
privatización de la educación son parte constitutiva del modelo de desarrollo
que instaló la derecha, que golpeó a estos sectores de la sociedad, y los
segregó con la etiqueta de ‘vulnerables’.
Los padres, familiares y vecinos de muchos de los que hoy
actúan fuera de la ley, fueron expulsados y separados de la producción,
marginados en sus barrios periféricos y enajenados del sistema, especialmente
desde comienzos de los ochenta, por el ajuste estructural de la economía y el
cambio ideológico cultural que trajo consigo el neoliberalismo, que nace allí.
Hoy revela las nefastas consecuencias en todo el mundo,
acompañadas con la misma represión despiadada de esos años.No es equivocado
entonces trazar un paralelo entre los brotes de rebeldía rural contra el
latifundio, y los de esta marginalidad urbana para entender su existencia y
presencia actual. Es plausible evocar los años de la lucha contra el
colonialismo español, en los cuales surgen, como Eric Hobsbawm (1974)
comentará, los primitive rebels (los rebeldes primitivos), aquellos cuatreros y
asaltantes de fundos que se rebelaron contra el poder y violencia inhumana de
los terratenientes, contra las familias inquilinas y los peones.
Poderosos hombres machistas y católicos, explotadores que
abusaban no sólo de los peones e inquilinos, sino de toda la familia,
incluyendo a las mujeres inquilinas (ver a Montecino, S, y Salazar, G. en Leal,
1999).Muchos de aquellos latifundistas, tenían los mismos apellidos de la clase
dominante actual, que pasó de ser terrateniente de origen castellano y vasco,
que impusieron relaciones sociales de rasgos feudales y patriarcales en el
campo ¡hasta los años sesenta del siglo XX! Y que más tarde se transformaron en
formas capitalistas modernas y de corte neoliberal.
A esos hombres con poder, se sumaron otros de las
colonizaciones y migraciones alemanas y suizas a mediados del siglo XIX en la
Araucanía.No es extraño entonces que estos personajes de la mal llamada
aristocracia chilena actual, hayan parido, como sus antepasados terratenientes
de horca y cuchillo, un bandidaje urbano, como el rural que asolaba las grandes
propiedades del campo chileno.
Guardando las diferencias, este símil con el presente,
pretende señalar que si bien no se puede hablar de conciencia de clases o
social en ambos casos, lo cierto es que se aprecia, como señala Hobsbawm
(1974), el rechazo a la explotación, la humillación, la pobreza, el clasismo y
el machismo que se experimentara tanto en el campo, en tiempos de los ‘Neira’ y
los ‘Pincheira’.
Como esas figuras del bandidajes rural rebeldes contra el
colonialismo y el latifundio, surgen hoy nuevamente ‘los rotos’ versus ‘los
‘cuicos’, en los espacios urbanos de una de las últimas maravillas del
capitalismo y el consumo, como es ‘el mall’, en este caso, el del Portal La
Dehesa.
En síntesis, de lo que se trata entonces es de darnos
cuenta de que no es aconsejable hablar de paz social ni de violencia en
abstracto, sin contexto, sin historia.La paz social en una sociedad de clases
como las que han existido hasta nuestros días, sería posible sólo si se logra
primero, justicia social y equidad en la sociedad, o sea, si la sociedad de
clases, machista y racista es abolida.Si eso no ocurre, el conflicto estará
siempre presente; lo cual, una sociedad con contradicciones de clase, de
discriminación de género y racial como la nuestra, ha reflejado elocuentemente.
La violencia, quiérase o no, ha sido partera de la
historia, y se ha originado desde las clases dominantes al reproducir
sociedades injustas e inhumanas como fueron la esclavista, la feudal y la
capitalista, a la que se han opuesto y rebelado las clases subalternas que se
levantaron contra quienes los regían.
Es por eso, posiblemente, que Cohen (1986; Leal, 1995),
tratara de precisar la máxima de Marx argumentando que, si para algunos sería
demasiado absoluto plantear que ‘la historia de la humanidad ha sido la historia
de la lucha de clases’, sería innegable señalar que, en estricto rigor, ‘los
cambios sociales y epocales más significativos y profundos en la historia de la
humanidad, han sido consecuencia de la lucha de clases’.
Considerando que, en en la coyuntura actual, en un
extremo tenemos una sociedad injusta y explotadora, y en el otro, una utópica
sociedad sin clases y sin manifestaciones de desigualdad, debemos situarnos en
la realidad y comprender que en el trayecto entre una y otra, hay diferentes
niveles y matices e, inconmensurables obstáculos que superar para lograr el
ideal, esto es, la utopía.
Pero al menos, por el momento, podemos considerarla como
un horizonte a seguir.
Por lo cual sería recomendable que en tal instancia de la
discusión respecto a la cuestión de la paz social, se debería asegurar que el
Estado tenga un carácter social, solidario, y pueda desde ahí regular la
seguridad pública, en tanto existirían potenciales amenazas para la integridad
de las personas debido a los graves desajustes producidos por la acción de
políticas draconianas de la elite de poder neoliberal en la sociedad como un
todo.
Un Estado cuyo rol es subsidiar al capital, como el
actual, no puede administrar justicia y aplicar castigo desde una real paridad
e igualdad de derechos y deberes.
Eso está lejos de ocurrir en nuestra sociedad. Y para
esto no hay mejores argumentos que los ejemplos que nos brindan Pablo Carvacho
y Amalia Valdés y que se reproducen aquí:
De acuerdo a cifras estimadas por el [. . .] Núcleo de
Investigación de Marginalidad Urbana UC [citado por los autores] entre la
colusión de los pollos (1996-2011), del papel higiénico (2000-2011) y la de
farmacias (2007-2008), suman US$ 1.687 millones actuales.Otro tanto es posible
decir respecto de las empresas que evaden impuestos “encapuchadas” detrás de
falsas compañías y pérdidas. Ejemplo de ello es el uso extensivo de empresas
“zombies” y paraísos fiscales. De acuerdo a cifras del SII (NIMU, 2019), solo
considerando el período 1996-2004, las empresas zombies de los grandes grupos
económicos de nuestro país evadieron un monto de US$1.453 millones.
[En la misma línea respecto a la impunidad, el Octavo
Juzgado de Garantía de Santiago aprobó esta semana la suspensión condicional
del procedimiento en el caso de boletas ideológicamente falsas por $378
millones de pesos emitidas por el ex ministro Laurence Golborne a Penta, para
financiar su campaña política del año 2013.Esto implica, luego de cinco años de
investigación, la suspensión del juicio en su contra, su sobreseimiento
definitivo, si no comete otro delito dentro de un año, y el pago de $11,4
millones.
Esta resolución demuestra la profunda desigualdad de
trato dentro del sistema de justicia criminal. Al tiempo que el Ejecutivo concentra
sus fuerzas en proponer proyectos de ley anti encapuchados y anti saqueos para
sancionar más severamente los desórdenes públicos, los delitos de la élite
empresarial y política siguen quedando impunes.
Esta prioridad del Gobierno no solo pone de manifiesto su
falta de comprensión de lo que hay detrás de estas movilizaciones. También
desconoce que la violencia es en gran medida una reacción a años de saqueos,
abusos y privilegios por parte de la élite. El caso del ex ministro Golborne es
solo otro ejemplo de estas prácticas ilegales.
En efecto, la Premio Nacional de Periodismo, María Olivia
Monckeberg, ha demostrado cómo a finales de la dictadura las élites “saquearon”
las grandes empresas del Estado chileno, comprándolas a precios muy por debajo
del valor de mercado. Considerando las cifras estimadas por el Núcleo de
Investigación en Marginalidad Urbana UC, estos procesos y otros tuvieron un
costo de US$23.338 millones actuales.
A pesar de que las consecuencias económicas y sociales de
estos actos ilegales son inconmensurables y exceden por mucho lo que hemos
visto en estos días, rara vez son perseguidos penalmente y menos castigados con
cárcel.Así, la suspensión del procedimiento contra el ex ministro Golborne no
hace sino profundizar esa extendida percepción de desigualdad de trato en
Chile: ley anti encapuchados y saqueos para los más desaventajados, mientras
empresarios que financian ilegalmente la política, saquean y se ocultan detrás
de falsas empresas y pérdidas, reclaman indignantes utilidades que solo sobre
la base de estas prácticas en Chile es posible lograr. Esto parece revivir
aquel título del famoso libro de Jeffrey Reiman: The rich get richer and the
poor get prison (Los ricos se hacen más ricos y los pobres van a la cárcel)
(Carvacho P. y Valdés, A., Los Saqueos de la Elite, 28 de noviembre, 2019).
Ciertamente, a la mayoría nos agradaría mucho vivir
tranquilos, disfrutar de nuestras vidas, de la familia, de la recreación, del
trabajo en condiciones dignas, de la ausencia de delincuencia, de contemplar
cuando quisiéramos una puesta de sol, por ejemplo. Pero eso es,
lamentablemente, privilegio de una minoría.
La paz social que demanda y reclama Piñera no nace de una
sociedad justa, sino una condición necesaria para hacer negocios. La paz de la
burguesía es una necesidad del capital para su reproducción y aumentar sus
ganancias. Lo que buscan es una sociedad anulada por el engaño, por el
espejismo de una realidad creada, en buena medida, por el acceso a bienes de
consumo, de un consumismo hedonista y de ahí, generar las expectativas de
‘tiempos mejores’, todo esto en la dirección de poder seguir dominando y acumulando.
Si esto se logra por la razón, o sea, por hegemonía o
consentimiento, bien. Si eso no es posible, recurren a los estados de excepción
y tocan la puerta a los cuarteles para lograr esa quietud o pasividad social
por coerción, esto es, por la fuerza de la represión y el consenso con sus
aliados de clase. Para demostrarlo, ahí están los intentos de Piñera para sacar
a los militares a la calle, a pretexto de ‘proteger sectores estratégicos’.
Pero omiten que el acuerdo es, primero que nada, como lo
fue con el contrato social liberal de John Locke (1963) en el Siglo XVIII, para
defender las vidas y propiedad de los dueños del capital, un instrumento de
clase para proteger al ‘hombre nuevo’ que nace en esa época, propietario
poderoso, patriarcal y racista.
Ese es el espíritu de este nuevo contrato social, que nos
pretenden vender con la excusa de la seguridad pública y la paz social. Cualquier
régimen político que les garantice el placer de enriquecerse, estará bien. Por
eso su discurso de la paz social es ideológico, oportunista y engañoso.
No obstante, hay quienes, por interés, enajenación, o
ambas, aceptan esos discursos de la paz social que encubren políticas de
inteligencia, de control social, de vigilancia masiva y selectiva, del ‘efecto
panóptico’ -utilizado en el golpe militar de 1973- o sea, terror, delación y
vigilancia total.
Como en ese tiempo también, imponen una censura velada de
la información, especialmente a la televisión abierta. A la vez, han activado
una represión criminal, como la que hemos sufrido durante estos dos meses de
protestas populares, en que se contabilizan 21 asesinados por agentes del
Estado.
Según el segundo informe de Human Rights Watch, 11.500
personas fueron detenidas en este período; 1.600 resultaron con diversas
heridas producto de larepresión policial; 220 fueron víctimas de disparos con
balines o perdigones, de ellas, 220 al menos fueron gravemente heridas en su
rostro, en sus ojos; dos personas quedaron ciegas por completo; 16 perdieron la
vista de uno de sus ojos, y de todos ellos, 34 aún no saben si perderán la
visión de uno o de los dos ojos.
A estos se suman torturas y violaciones de hombres y
mujeres detenidos por carabineros (26 noviembre, Radio Bío-Bío).Para ocultarlo
o disimularlio, se requiere del discurso de la seguridad pública que focaliza
la información sobre los saqueos en lugar de la violación los derechos humanos,
sin perjuicio de la fundada sospecha de montaje, en varios de esos saqueos.
Esta operación, junto con criminalizar la protesta
social, busca desviar la atención de la opinión pública de las medidas
económicas que deben dar respuesta a los pliegos de las organizaciones sociales
y de trabajadoras/es.En vez de responder a las demandas, siembran el terror con
la violencia descontrolada, con noticias
sensacionalistas de un país ´secuestrado por el narco
tráfico y la delincuencia’, que, a todo esto, de ser tal, ‘mejor le ponen
candado por fuera al país y cierran el boliche’, como comentara un político
recientemente.
Pero no es así, esa nueva tergiversación de la realidad
les ayuda a continuar con el abuso y la acumulación desatada de riqueza, como
lo han hecho por más de cuatro décadas.En palabras más coloquiales, la cuestión
de la seguridad pública es un ‘volador de luces’ para reponer la acumulación a
través de la ‘unidad del país por la paz’, de la que no se acordaron en 1973 ni
en todos los años que siguieron.
La ‘clase media’ entra en acción
Lamentablemente, estas distorsiones y engaños rinden sus
frutos, sobre todo en aquellos sectores de la sociedad interesados en
reproducir este encubrimiento y en aquellos que han sido enajenados por la
ideología, como señalamos anteriormente. Estos sujetos serían los depositarios
y transmisores del discurso oficial tendencioso y distorsionador.
¿Pero quiénes serían los articuladores de este discurso?
Es evidente que es la representación política de la clase dominante expresada
en ‘Chile Vamos’ y en la ex – ‘Concertación’, a la que se debe agregar ahora a
parte del Frente Amplio. Porqué, como señalara Larraín, las ideas dominantes
son las ideas de la clase dominante.Así es como la burguesía y pequeña
burguesía se visten con el ropaje de la ‘clase media’, creación del liberalismo
durante el pasaje histórico entre el siglo XIX y XX en Europa, que emanó
fundamentalmente de la pluma de Max Weber (en Leal, 2005).
Este sociólogo alemán definió a la clase media a partir
de la relación de los sujetos con el mercado, principalmente en su dimensión de
consumidores. Su identidad de clase trabajadora fue de esta manera atrofiada,
alejándose de la definición de clase de Marx que se enfoca en el tipo de
relación de propiedad con los medios de producción que tengan los sujetos.
Capitalistas si son los propietarios de ellos; y
trabajadoras/es si lo único que pueden vender es su habilidad y fuerza de
trabajo al capital.La identidad de clases que surge de las relaciones sociales
de producción, como sugiere Marx, provee a las personas de un reconocimiento
del lugar que ocupan en esas relaciones sociales y de la posibilidad de darse
cuenta, de hacer sentido de que esas relaciones de clase, entreveradas con las
de género, son conflictivas.
Esto debido a que el capitalismo, si bien es hasta ahora
el sistema que tiene la virtud de generar riqueza, revolucionar las fuerzas
productivas y producir bienes de consumo como ningún modo de producción en la
historia de la humanidad, por otro lado lo hace generando desigualdad,
explotación e inequidad a partir de la extracción de plusvalía desde el polo
del trabajo.
Por lo tanto, estos polos, capital y trabajo, estarán –
mientras existan las relaciones capitalistas – en dependencia y conflicto por
la contradicción que subyace a su interior y que asoma a la superficie cuando
ocurre ese salto a la conciencia de clases a través de la práctica, de la lucha
de clases.
En este sentido, el gran aporte de Weber a la clase del
capital, fue acuñar ese concepto de clase media en contraste con lel de Marx,
que ciertamente inhibe e impide el reconocimiento de la identidad de las personas
como trabajadoras y de las posibilidades de desarrollo de su conciencia, o de
una ruptura epistemológica, como lo llamaría Althusser (en Romero, 2019). Esa
identidad de ‘clase media’ respecto al mercado, confusa y distante de la clase
trabajadora, ha sido muy útil al momento de inclinar la balanza hacia la
predominancia de los intereses de la clase del capital por sobre la del
trabajo, anexándose a la primera, siendo su aliada y quinta columna en procesos
revolucionarios históricos, como en las revoluciones conocidas como la
‘primavera de los pueblos’ en 1848 en Francia y otros países de Europa, que
como tal estación,
no perduró (Hobsbawm,1999: 25); en la guerra civil
española en los años treinta del siglo pasado; en el derrocamiento de Salvador
Allende en 1973, en la definición de la salida negociada a favor de la clase
dominante en 1989, por el mismo pacto que se repite el plato hoy, para sortear
el juicio político y moral del pueblo a sus más de 40 años en que han
desvalijado el país haciendo creer a medio mundo que eso no era así.
Y esto por que ellos eran la ‘clase media’, la
preocupación principal de atención de la derecha, por su aparente más que real
centralidad en la sociedad y por ende, por el bienestar que merecerían por
mover el centro de gravedad desde la contradicción de clases hacia el lugar que
ocuparían en la sociedad de consumo.
Al final, hoy podríamos decir que el mundo de las
apariencias, del estatus, del individualismo, de la competencia, del consumismo
desenfrenado y el apoliticismo se ha, en gran medida, disuelto por la protesta.
Pero aun resiste y sobrevive, esta vez, por efecto de los discursos del terror,
de la delincuencia, de la influencia extranjera, del comunismo que exacerba la
violencia, etc.
Conclusión
A pesar del peso del poder del dinero, del control de la
información y de las comunicaciones, de las contribuciones de la ideología al
poder del capital, del engaño y la enajenación, el pueblo despertó, se levantó
y se decidió a luchar con toda la fuerza que le da el desarrollo de su
conciencia social, de clase, de género e intercultural, conciencia que ha
adquirido al resolver la contradicción entre capital y trabajo en la práctica,
en el combate callejero.
Se reveló así la falacia que encubría el discurso
exitista, del individualismo, del poder del mercado, de la construcción
discursiva de la clase media, de la paz social, de la criminalización de la
protesta y de las ‘virtudes’ de la institucionalidad heredada por la dictadura.
El pueblo lo ha dicho enérgicamente: Chile despertó, no
más engaños,
no más ‘cocinas’, no más traiciones a sus luchas, no más
abusos, porque el pueblo es el único poder constituyente originario, no más
simulacros que buscan excluir y no incluir.
Que no se engañen: el pueblo será vigilante de cada paso
hacia la refundación de nuestra sociedad, de la nación y de su
institucionalidad basada, esta vez, en el poder popular de una Constitución
emanada de una Asamblea Constituyente.
Para ello, la continuidad de la lucha social el año 2020
es indispensable, en su masividad y en la multiplicidad de formas de lucha,
necesarias para lograr un cambio social estructural profundo y derrotar al
pacto de la elite que pretende preservar su poder que nos ha regido ya por casi
50 años.
Ese debería ser nuestro objetivo estratégico, para lo
cual también se requiere de la conducción unitaria de todas las fuerzas anti
neoliberales, de todos los movimientos sociales y alianzas políticas que estén
por un programa avanzado que deje atrás al neoliberalismo para siempre.Así
resolveríamos lo que Antonio Gramsci llamaría, un ‘empate catastrófico’, en que
‘lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina por nacer’ (Gramsci en
Portantiero, 1999).
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