¿Qué es lo que está en juego en las elecciones del 19 de diciembre?
Depende de los intereses de los jugadores. Para los que juegan por apropiarse
del botín del Estado, se trata de los votos, sólo de los votos, ni siquiera de
las y los electores. En esta granja incluimos las diferentes especies de la
derecha, el progresismo, la izquierda confiada (institucional) y los
advenedizos que hacen negocios aprovechando las oportunidades del sistema
electoral y la precariedad cognitiva de la sociedad chilena.
Por el contrario, quienes nos jugamos porque el pueblo tome la política
en sus propias manos, nos afanamos por sortear las trampas, las emboscadas y
los chantajes que los residentes de la granja tienden para contener las
potencialidades subjetivas y organizativas mostradas por anchas franjas del
pueblo desde octubre de 2019; resistimos las jaulas y bozales con que quieren
controlar, acallar y disipar el impulso popular, esos corsés institucionales
que imponen un orden (y una paz) social que, sabemos, no es más que el orden (y
la paz) del capital. Y en esta coyuntura de segunda vuelta - cancha rayada a
conveniencia por la elite que reduce la política a la cuestión electoral-, el
recurso privilegiado ha sido el miedo: miedo al comunismo, miedo al fascismo,
una inédita doble campaña del terror.
En memoria del viejo Orwell y sin ánimo de ofender a los animales,
diríamos que los cerdos y sus funcionarios, los perros, aterran con el fantasma
del comunismo, mientras los burros y sus invitados, lobos con piel de oveja,
con el espectro del fascismo. "Todos contra el comunismo" gruñen
unos, "no pasarán" aúllan otros. En este último caso, con acento de
pánico, se llama por todo el país a “defender la democracia y a combatir el fascismo”.
¿Pero de que democracia y fascismo nos hablan? Vamos por parte.
¿Democracia?
Hace rato que la democracia, esa promesa liberal burguesa, ya no tiene
objetivamente ningún viso de realidad. La libertad de elegir gobernantes y
legisladores no se condice con una libertad real, plena, sustantiva. Si bien en
condiciones normales podemos elegir por quién votar y qué comprar, el
capitalismo no permite a la gran mayoría elegir dejar de trabajar, dejar de
vender el talento y capacidades propias liberándolas de las condiciones que
impone el comprador. Desde los albores del capitalismo sabemos que la libertad
de elegir de las y los no propietarios es incompleta y formal: para vivir están
obligados a renunciar al libre uso de su tiempo de vida y vender una fracción
significativa de este al capital que lo consume para realizar su propia
libertad. Peor aún en el capitalismo del siglo XXI. Ya ni siquiera esa
formalidad de libertad política-electoral es real, pues, mirando bien las
cosas, aunque elijamos autoridades ejecutivas o legislativas declaradamente
independientes y al servicio de la ciudadanía sus esfuerzos pueden ser anulados
por los “poderes facticos”.
La evidencia muestra que la institucionalidad política formal tiende a
ser neutralizada o capturada por una esfera nucleada fuera del Estado, por las
corporaciones empresariales y los think tank financiados por ellas, que se
constituyen de facto en un poder político en tanto pueden ejercer una
influencia determinante sobre las políticas económicas y de orden público
interno. Variables macroeconómicas clave como la tasa de interés, el tipo de
cambio o el nivel de precios, pueden ser de hecho alteradas por decisiones de
inversión, de compra o venta de papeles o movimiento de capitales de algunos de
los principales grupos empresariales. Y ni que decir cuando actúan de consuno,
intencionadamente, por ejemplo, frente a reformas sectoriales como la ley de
pesca -firmada por Longueira pero digitada por las siete familias, la fijación
de royalty a la explotación de recursos naturales, el impuesto a los ricos o
las campañas contra los retiros y la defensa cerrada de las AFP. Se trata de un
desplazamiento del poder real posibilitado por la hiper centralización y
concentración de capital que tendencialmente equilibra o supera el peso
relativo de las instituciones públicas en muchos ámbitos, instalando un cuasi
“poder dual burgués” frente y/o en connivencia con el Estado. Este poder
político de facto - una sibilina máquina que digita ex ante las políticas y
decisiones de la tecnocracia ejecutiva o legislativa- se opone al poder
político de jure y hace de la democracia una burla para la mayoría de los
electores que honestamente creen en el discurso del ciudadano y la ciudadanía.
Entonces ¿qué democracia nos llaman a defender? ¿Defender esta burla?
¿Fascismo?
Por otra parte ¿a qué se refieren con “fascismo”? Si se trata de la
forma policial cada vez más acentuada que asume la administración estatal del
orden interior, habrá que reconocer que esta está instalada hace mucho rato en el
país. Prácticas como detenciones ilegales, torturas, asesinatos, ejecuciones
sumarias y montajes a cargo de las policías estatales, así como la
privatización de la represión -policías privadas con licencia para matar,
incluido el sicariato- están casi naturalizadas y junto al sistema carcelario y
judicial, son parte del complejo policiaco-represivo construido y fortalecido
desde 1990 en adelante. Se inició con la impunidad de los criminales civiles y
militares de la dictadura, continuó con la Oficina de Seguridad Pública, se
mantuvo con la represión sistemática contra las franjas rebeldes y se actualizó
con los asesinatos, mutilaciones, torturas y encarcelamientos prolongados de la
juventud en la revuelta y con los estados excepción que rigen en el Wallmapu.
Las formas policiales violentas del actuar estatal podrán parecer fascismo,
pero no lo son. Dicho actuar es más bien resultado del desplazamiento del poder
político hacia los “poderes fácticos” y no de un régimen fascista. En efecto,
si el Estado es controlado externamente y tiende a operar como mero cascarón
político-jurídico al servicio del capital otorgándole administrativa o
jurídicamente legalidad a las decisiones corporativas, entonces los órganos
ejecutivos y legislativos pierden majestad y dejan campo libre para la
autonomización de los aparatos que monopolizan el uso de la fuerza legitima.
Por ello, estas prácticas, cubiertas por un manto de impunidad, se multiplican
y más que fascismo son síntomas del creciente proceso de lumpenización del Estado,
de sus instituciones y de la tecno-burocracia que lo administra por encargo del
capital. Y es esa recurrencia de las practicas policiacas y de violencia
sistemática – muchas veces fuera del control político- la que crea una
atmosfera represiva de apariencia fascista, de apariencia porque el clima
represivo no es expresión ni anticipo de un régimen fascista en acto o en
potencia, sino el verdadero rostro de esa falsa democracia a la que apeló la
contrarrevolución neoliberal chilena desde la Transición y que ha sostenido
hasta hoy. Entonces, si esas prácticas “fascistas” no son más que el otro
rostro de esa democracia, menos puede afirmarse que éstas atentan contra
aquella. Así, llamar a combatir este “fascismo” para defender esa democracia es
un error en toda la línea, pues, ingenua o intencionadamente, se está llamando
a defender y validar un régimen autoritario, despótico y lumpen.
La irracionalidad, base de una sociedad decadente
No obstante, el peligro fascista late en otra esfera: en la vida
cotidiana. Casi 50 años de sacrificios humanos frente al Dios mercado no son
neutrales. Su racionalidad ha colonizado la vida de amplias franjas de la
sociedad generando en ellas un modo de sociabilidad empobrecido y mecánico, y
como consecuencia directa, una regresión cognitiva cuyo producto estrella es
una personalidad megalómana y narcisista, un ser a medias y despolitizado.
Contribuyen a ello la educación basura, la intoxicación medial, la inmediates
de las RR.SS. y los videos juegos que inculcan una subjetividad simplificada y
excitante a jóvenes y niñxs. Las adicciones, el consumismo gatillado por la
pulsión del deseo o el auto encierro por el miedo al otro, etc., son síntomas
de una patología social que, disimulada por el sistema, deja el paso libre a
otras reacciones irracionales desproporcionadas y violentas. En efecto, las
conductas gatilladas por el odio o el miedo ocurren frecuentemente y son
realizadas por personas comunes y corrientes. El asesinato a golpes del joven
homosexual Mauricio Zamudio (2012), las torturas y amputación de ojos a Nabila
Rifo (2016), los ataques xenófobos y quema de enseres en Iquique (2021) y un
largo etcétera, fueron ejecutados por civiles inspirados en el odio y no por
los aparatos represivos del Estado al amparo de la doctrina de la seguridad
nacional. Y aquí radica el problema, pues lo que estamos viviendo es una
extensión y validación social de la irracionalidad, especialmente en las
franjas medias y populares, que alimentan una atmosfera propicia para el
surgimiento del fascismo de masas, el verdadero peligro que puede incubar la
crisis política en ausencia de alternativas populares. Así, si acaso algún
sentido tuviera enarbolar hoy el antifascismo, el llamado no sería defender la
democracia sino a combatir lo que posibilita esa irracionalidad y hace
plausible una eventual emergencia fascista: la base tóxica de una sociedad
decadente que estimula el narcicismo y el individualismo que atentan contra la
organización y lo colectivo, y que proclama el discurso del “ciudadano” que domestica,
despolitiza e impide el desarrollo de la soberanía y autonomía populares.
Con todo, es claro entonces que el llamado a “defender la democracia
para frenar al fascismo” –una invitación a votar Boric contra Kast- es
simplemente una nueva estafa, tanto como la invitación contraria. Y lo es no
porque Boric y Kast sean lo mismo. Es una estafa porque la democracia ya no
sólo es palabra huera sino también objetivamente falsa, y porque las prácticas
policiacas y represivas – eso que llaman fascismo- no son sino su otra cara,
una cara violenta más visible ahora dada la creciente lumpenizado del Estado. Y
salvo un cambio radical o una revolución, asuntos muy ajeno a los planes de la
administración Boric-Kast, estas tendencias y la crisis seguirán su curso. Por
ello mismo, si bien votar no cambiará nada, tampoco será un acto neutral:
otorgará legitimidad, validará, dará aire a un régimen agotado que debiera dar
paso a otro orden político. Los votos, usando otra vez sin ninguna animosidad
la estratificación orwelliana, servirán para que los cerdos y sus perros o los
burros y sus lobos, se vistan de demócratas mientras el país seguirá de tumbo
en tumbo con todos los efectos lacerantes para los pueblos.
Pero no seamos tan pesimistas: antes que la utopía de la granja fuera
traicionada, primero por la renovación y luego por la conversión de cerdos y
burros, hubo una rebelión, un proyecto emancipatorio contra los otros
opresores. Habrá que darle entonces una vuelta a la historia y recuperarla, por
cierto, sacando las lecciones para no reincidir y cual ovejas caminar en
círculos.
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