WILSON DANIEL HENRÍQUEZ
GALLEGOS, nacido el 3 de febrero de 1963
Vivió una dura infancia en Santa
Cruz de Collihuay, al interior de Chillan, en el campo y en los bosques, junto
a su madre Teresa y su hermana con la que tuvo una estrecha relación de mutuo
amparo y consuelo y su padrastro de sobre nombre terrible; así nos cuenta su
hermana por parte de padre llamada Raquel.
Cuando llega a la capital,
consigue trabajo en una Compañía de Bomberos de Ñuñoa, lo que le permitió tener
alojamiento y comida; su día libre el domingo, lo dedicaba a recorrer
Quilicura, población por población, tratando de encontrar la casa de su
verdadero padre; con 17 años y después de una larga búsqueda, encuentra por fin
el hogar de su padre y comienza a formar parte de una familia, en la cual sus
hermanos y hermanas lo acogen como a uno más de ellos.
Los primeros trabajos de aprendiz de
carpintería, sincronizados con los estudios de contabilidad que quedan inconclusos, le forjan una sólida
identidad de clase, que va traduciéndose en los primeros balbuceos políticos
contra la dictadura.
Hace un curso de trazador. Ya maestro
trazador, a pesar de sus pocos más de 20 años es otro “viejo” más de la
“constru”.
Wilson buscaba el amor por todos lados.
Interminablemente, se asombraba de las pestañas de su compañera de curso. De
las manos de su amiga. De su polola, luego la madre de sus hijos. Lo traducía
cantando.
Y también descubre
definitivamente la dimensión del gigantesco amor a todos, el amor militante.
Con poco tiempo en las Juventudes
Comunistas, pasa directamente al Partido, en la clandestinidad. Hablamos de
1983.
Posteriormente va adquiriendo un alto
grado de compromiso, que lo lleva a ingresar al Frente Patriótico Manuel
Rodríguez, desempeñando labores político-militares y propias de su
especialización en construcción.
Es un Trazador. Es un
Carpintero de la Construcción. Es quien defiende la casa de Varas Mena.
Wilson construye solitario, enseña en
silencio sobre túneles y vigas. Sabe de soportes y de excavaciones, de bases,
de pilares... Wilson entiende de hormigones, cadenetas, fundaciones, cimientos.
Sabe cómo construir una bodega bajo tierra. Lo sabe cómo su padre. Desde
siempre.
Inventa maneras de hacer depósitos
subterráneos, salidas de entretechos. Las construcciones no tienen secretos
para él. Y la carpintería tampoco, como en un juego de ingenios y adversidades,
secretamente, compartimentadamente.
LOS VOLANTINES DE WILSON
“En el tiempo del pem y del pojh, él nunca
quiso trabaja ahí”…
Decía que nunca, porque era
tan indigno trabajar en el pem y el pojh, pero se vio en tal necesidad que
empezó a trabaja por el pojh y como esa plata era tan poca, empezó a hacer
volantines y los vendía. Se pasaba todo
el día haciéndolos, y eran bien reconocidos sus volantines, porque los hacía
con tal dedicación y les ponía tantos colores y les hacía formas y buscaba
estilos. Incluso diseñaba algunos tan bonitos, que venían de todas partes a
comprarlos y con eso se daba un poco
vuelta en ese minuto en que la cosa económica fue tan dura...
En los años de las tinieblas,
Wilson caminaba a veces largas extensiones de Quilicura, calculando las
dimensiones del tendido de las torres eléctricas. Un apagón devolvía la fe a
las gentes. Un solo apagón encendía la primera Protesta y daba el grito de
rebeldía. Muchos apagones encendían el clamor silenciado por tantos años.
Generoso, compartía sin
límites. Su vida deja un recuerdo tibio y ancho como el horizonte. También
había previsto su muerte. Pero quería dejar su testimonio de vida, lleno de
conciencia de clase. Porque en su casa como en tantas otras de Chile, a veces
solo había una taza de té y un pan.
En junio de 1987 no oye más
del Colo Colo, su club deportivo; no vuelve a escuchar a Luchín de Víctor Jara,
tan parecido a los niños de Quilicura, ni aquella que habla de que el hombre es
un creador, todo parece quedar triste con su muerte, no hay quien organice los
partidos de fútbol con los niños del pasaje. Deja de estar presente el papá
joven que hacía los juguetes de madera de sus hijos.
La noche de Navidad ¿quién
llevará a cenar a un niño pobre de Quilicura?, ¿Quién tocará su guitarra,
instrumento que aprendió solitariamente, cantando aquel tema de Víctor Jara que
dice “El hombre es un creador”...
Wilson estará construyendo
volantines de colores. Lo podremos ver ascendiendo ese cerro de Quilicura. Un
día de éstos Wilson va a construir volantines para sus hijos y para todos los
niños de Chile. Volantines exactos, livianos, gráciles, capaces de enfrentarse
a cualquier viento. No volverán a soplar los huracanes de junio de 1987.
Aquellos que arrebataron la vida a doce jóvenes y después siguieron arrasando
con toda su locura.
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