viernes, 4 de junio de 2021

WILSON DANIEL HENRÍQUEZ GALLEGOS ¡¡¡PRESENTE!!!

WILSON DANIEL HENRÍQUEZ GALLEGOS, nacido el 3 de febrero de 1963

 

Vivió una dura infancia en Santa Cruz de Collihuay, al interior de Chillan, en el campo y en los bosques, junto a su madre Teresa y su hermana con la que tuvo una estrecha relación de mutuo amparo y consuelo y su padrastro de sobre nombre terrible; así nos cuenta su hermana por parte de padre llamada Raquel.

 

Cuando llega a la capital, consigue trabajo en una Compañía de Bomberos de Ñuñoa, lo que le permitió tener alojamiento y comida; su día libre el domingo, lo dedicaba a recorrer Quilicura, población por población, tratando de encontrar la casa de su verdadero padre; con 17 años y después de una larga búsqueda, encuentra por fin el hogar de su padre y comienza a formar parte de una familia, en la cual sus hermanos y hermanas lo acogen como a uno más de ellos.

 

     Los primeros trabajos de aprendiz de carpintería, sincronizados con los estudios de contabilidad que   quedan inconclusos, le forjan una sólida identidad de clase, que va traduciéndose en los primeros balbuceos políticos contra la dictadura.

 

     Hace un curso de trazador. Ya maestro trazador, a pesar de sus pocos más de 20 años es otro “viejo” más de la “constru”.

 

     Wilson buscaba el amor por todos lados. Interminablemente, se asombraba de las pestañas de su compañera de curso. De las manos de su amiga. De su polola, luego la madre de sus hijos. Lo traducía cantando.

 

Y también descubre definitivamente la dimensión del gigantesco amor a todos, el amor militante.

 

     Con poco tiempo en las Juventudes Comunistas, pasa directamente al Partido, en la clandestinidad. Hablamos de 1983.

     Posteriormente va adquiriendo un alto grado de compromiso, que lo lleva a ingresar al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, desempeñando labores político-militares y propias de su especialización en construcción.

 

Es un Trazador. Es un Carpintero de la Construcción. Es quien defiende la casa de Varas Mena.

 

    Wilson construye solitario, enseña en silencio sobre túneles y vigas. Sabe de soportes y de excavaciones, de bases, de pilares... Wilson entiende de hormigones, cadenetas, fundaciones, cimientos. Sabe cómo construir una bodega bajo tierra. Lo sabe cómo su padre. Desde siempre.

 

     Inventa maneras de hacer depósitos subterráneos, salidas de entretechos. Las construcciones no tienen secretos para él. Y la carpintería tampoco, como en un juego de ingenios y adversidades, secretamente, compartimentadamente.

 

LOS VOLANTINES DE WILSON

 

     “En el tiempo del pem y del pojh, él nunca quiso trabaja ahí”…

 

Decía que nunca, porque era tan indigno trabajar en el pem y el pojh, pero se vio en tal necesidad que empezó a trabaja por el pojh y como esa plata era tan poca, empezó a hacer volantines y los vendía.  Se pasaba todo el día haciéndolos, y eran bien reconocidos sus volantines, porque los hacía con tal dedicación y les ponía tantos colores y les hacía formas y buscaba estilos. Incluso diseñaba algunos tan bonitos, que venían de todas partes a comprarlos  y con eso se daba un poco vuelta en ese minuto en que la cosa económica fue tan dura...

 

En los años de las tinieblas, Wilson caminaba a veces largas extensiones de Quilicura, calculando las dimensiones del tendido de las torres eléctricas. Un apagón devolvía la fe a las gentes. Un solo apagón encendía la primera Protesta y daba el grito de rebeldía. Muchos apagones encendían el clamor silenciado por tantos años.

 

Generoso, compartía sin límites. Su vida deja un recuerdo tibio y ancho como el horizonte. También había previsto su muerte. Pero quería dejar su testimonio de vida, lleno de conciencia de clase. Porque en su casa como en tantas otras de Chile, a veces solo había una taza de té y un pan.

 

En junio de 1987 no oye más del Colo Colo, su club deportivo; no vuelve a escuchar a Luchín de Víctor Jara, tan parecido a los niños de Quilicura, ni aquella que habla de que el hombre es un creador, todo parece quedar triste con su muerte, no hay quien organice los partidos de fútbol con los niños del pasaje. Deja de estar presente el papá joven que hacía los juguetes de madera de sus hijos.

 

La noche de Navidad ¿quién llevará a cenar a un niño pobre de Quilicura?, ¿Quién tocará su guitarra, instrumento que aprendió solitariamente, cantando aquel tema de Víctor Jara que dice “El hombre es un creador”...

 

Wilson estará construyendo volantines de colores. Lo podremos ver ascendiendo ese cerro de Quilicura. Un día de éstos Wilson va a construir volantines para sus hijos y para todos los niños de Chile. Volantines exactos, livianos, gráciles, capaces de enfrentarse a cualquier viento. No volverán a soplar los huracanes de junio de 1987. Aquellos que arrebataron la vida a doce jóvenes y después siguieron arrasando con toda su locura.

 

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