Recién vi pasar dos tanquetas con
al menos diez militares asomados circulando en medio de la madrugada en esta
ciudad que no tiene más de cien mil habitantes. Hace
pocas horas mataron a un vecino haitiano que sólo estaba mirando las protestas,
desde lejos se oye que fueron los pacos. El hambre toca a todas las personas,
la lucha nos une y las botas militares y policiales nos oprimen sin importar
nacionalidad. Dos tanquetas llenas de militares armados circulan en plena
madrugada, como lo hicieron tantas veces durante la dictadura en los ochenta.
Dos tanquetas que remecen la tierra. Son ellos los portadores de la muerte,
siempre lo han sido. Esta noche ha muerto una persona con un disparo de bala.
No me digan que este pueblo era tranquilo, que estas cosas antes no pasaban. La
pobreza siempre nos ha mirado la cara. Los gobiernos siempre han respondido con
sangre a las demandas de justicia social. Dos tanquetas. La noche está en
silencio, es que está empezando a llover. Un joven haitiano muerto, tan lejos
de su tierra buscando un mejor futuro, muerto a bala. ¿Cuánto vale una vida
para quienes aprietan el gatillo? ¿Lo pensarán cuando disparan? El verdugo,
inhumana máquina de matar, justificará siempre su violencia. Pero son piedras
contra balas. Tanquetas contra barricadas. Vidas contra el poder y el capital.
Un joven muerto, la noche en silencio, el miedo y la tristeza, mientras ellos,
fantasmas en medio de la noche, circulan como si no pasara nada. El de la foto
es el responsable, Javier Ramírez su nombre, su cargo gobernador, fue él quien
pidió presencia militar y dio rienda suelta a la represión en esta ciudad que
sufre el hambre y la enfermedad. Él convocó a la muerte. Esta noche ni los
perros ladran, ni los gatos maúllan, sólo el silencio que anuncia que cuando
salga el sol, será una nueva mañana de rabia.
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